domingo, 17 de octubre de 2010

administrar el tiempo



Lento es sinónimo de torpe, lerdo, perezoso. Pero creo que hay mucha gente en un brete, porque por un lado le parece obvio que debe cambiar su ritmo y, por el otro, la sociedad le manda un bombardeo de mensajes que aseveran que la velocidad es Dios.

Nuestra cultura nos inculca el miedo a perder el tiempo, pero la paradoja es que la aceleración nos hace desperdiciar la vida.



La mejor forma de aprovechar el tiempo no es hacer la máxima cantidad de cosas en el mínimo tiempo, sino buscar el ritmo adecuado a cada cosa.

Lo que denuncio no es la rapidez en si misma, sino que vivimos siempre en el carril rápido y hemos creado una cultura de la prisa donde buscamos hacer cada vez más cosas con cada vez menos tiempo.

Reemplazar el culto a la velocidad por el culto a la lentitud sería un error. La velocidad en si misma no es mala. Lo que es terrible es poner la velocidad, la prisa en un pedestal.

Propongo dedicar a las cosas el tiempo que merecen. Aceptar que uno vive mejor cuando hace menos. La idea es sencilla: buscar el ritmo adecuado para cada cosa.

Hay que plantearse muy seriamente a qué dedicamos el tiempo. Mirar la agenda y colocar todo lo que hacemos durante la semana en orden de prioridad y empezar a cortar desde abajo, lo que no resulta nada difícil, porque llenamos nuestro tiempo de cosas que no son esenciales, lo hacemos por reflejo, porque eso es lo que se hace.

La lentitud nos devuelve una tranquilidad y un ritmo pausado que nos permite ser más creativos en el trabajo, tener más salud y poder conectarnos con el placer y con los otros.

Hasta ahora sentíamos en las entrañas que algo iba mal, pero seguíamos acelerando por miedo o inercia. Aunque cada vez hay más gente que reaprende a cambiar de marchas. Y, cuando lo hace, ve que la vida no desaparece, sino que se relaciona, come, trabaja y practica sexo mejor.

La revolución del concepto del tiempo es una nueva revolución cultural. Hay que reintroducir la idea del juego tanto en el trabajo como en el ocio; reaprender el arte de gozar si queremos ser felices; saborear la vida, no sobrevivirla".


Carl
Honoré


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