martes, 26 de octubre de 2010

De burdeles.

Mi camarero favorito cuando cierra el bar acopla su entrepierna a la moto, que enfila hacia las dos horas de placer que se regala todas las semanas en una ciudad vecina para evitar encuentros desagradables. Suele cambiar de chica para no tener que cambiar de discurso. Practica posturas, ejercita el masaje sensitivo y gusta de abrevar en el pilón de las muchachas con una entrega de pagador agradecido. Le pasan el Listerine antes de su bocado salivoso. Luego ellas también le dan al enjuague y al barniz de la pilastra. Alguna vez se ha enamorado por la tendencia a dejarse llevar por las terminaciones nerviosas. Pero las putas tienen muy afianzada su vocación y le han dado largas, cariños de madrecitas y suspiros de un amor allá en su tierra. Porque ellas el amor lo tienen siempre en otro sitio. Aquí sólo están para joder. 
Mi camarero favorito es muy servicial y experto en tallas, y a veces les regala lencería. 
Ellas le dan un achuchón y se ponen a cuatro patas. El empuja algo cansado de que le den la espalda. 
Luego me lo cuenta en el bar, a última hora, antes de barrer.  Apuro el vino y le acompaño en el sentimiento. ¿Y tú qué?, me pregunta buscando la confidencia.  
Mi soledad es más barata, le contesto mientras salgo a la calle con las manos en los bolsillos. 

relato contenido en el libro "La mitad de los cristales"