jueves, 21 de octubre de 2010

Inocencia.

Aprendamos a descubrir y a reconocer a esas personas tiernas, intensas y emotivas, gigantes en inocencia, una cualidad en retroceso y en peligro de extinción.

La inocencia es algo más que sencillez, bastante más que ingenuidad y mucho más que puerilidad.
Jamás es afectación, tampoco sensiblería, nunca debilidad. 
 No exige inteligencia, no requiere formación, no precisa recursos, no se expresa con palabras, no necesita explicaciones, porque nace de lo profundo de cada alma, donde anida desde que nacemos. 
Es más que una virtud, más que una condición, más que una vocación, más que una ilusión.
Es una trayectoria, un destino, una potencialidad, una pasión, una ideología, una convicción, una conducta, una bendición. Naturalidad, espontaneidad y pureza. 
Subyace innata en el fondo del corazón, y sobrevive si no se pervierte al velarse con la amarga realidad.
La inocencia es el juego de la existencia y un sinónimo de la gran libertad, belleza, felicidad.
Es la materia original de la que fuimos hechos. La primera forma de amor.
La inocencia no es inconsciencia, ni ignorancia, sino ver, saber y comprender mucho mejor la vida
Es la visión limpia y auténtica del mundo y de sus habitantes.  Es un estado del alma limpia de culpa.
A la inocencia le dicen locura, quienes perdieron su cordura, porque la inocencia es madre de la curiosidad, de la creatividad, de la solidaridad, de la alegría.
La inocencia es un territorio a ocupar, a invadir de modo permanente.Es la utopía acurrucada entre nuestros brazos. Un instinto transformador, poderoso, necesario, aplicable que ilumina, actúa sin calcular, sin esperar, sin desesperar, sin dejar de perdonar. 
La inocencia es una irrenunciable actitud de esperanza, de reafirmación ante el mundo, de rebeldía ante la injusticia. Ojalá que en el futuro a nadie, jamás, le sea usurpada.
Un tesoro a preservar, porque se agotan sus reservas mundiales.